Ser protagonista absoluta, salir en todas las escenas y prácticamente todos los planos, es un reto valiente y arriesgado. Puede salirte muy mal, y se puede suponer que la elección no fue fácil. Con toda la responsabilidad que supone, en éste caso, ha sido magistralmente sostenido por una actriz merecidamente nominada al Óscar por éste trabajo, premiando un trabajo exquisito, lleno de matices y profundidad. Sólo le ha faltado cantar.

El guión, también arriesgado, brutal y oscuro a partes iguales; nos narra la historia de Nina, bailarina de una compañía casi en ruina, y cuyo próximo proyecto es una versión más "visceral" de "El Baile De Los Cisnes". Nina audicionará para el papel del cisne blanco y el negro, y durante la película se estará debatiendo entre ambos en un plano, o en otro.

Aunque consigue atar todos sus cabos, sutilmente y de puntillas, sin necesidad de grandes monólogos y con un gran apoyo en lo visual; si bien es cierto que en algunas cuestiones se deja demasiado al aire su origen, como por ejemplo, el porqué de esa batalla entre la realidad y la mente de Nina. Una batalla interesante y aterradora, en la que ella es la única artífice, creadora y destructora.

La dualidad está presente durante todo el metraje, los personajes bailan en torno a ella (nunca mejor dicho), y la factura técnica y visual vibrante, explota en la escena final con un cisne negro espectacular y aterrador.
Secundarios intachables, como la sorprendente Mila Kunis, quien hace imposible que su personaje caiga mal; y Vincent Cassel, inclasificable pero con un carisma tremendo. Bárbara Hershey también lleva con maestría a un personaje al que podría habérsele sacado más jugo para mi gusto. Y la curiosidad de ver a Winona Ryder en un pequeño papel que no deja indiferente.
En definitiva, Aronofsky se ha lucido y cumple con nota las expectativas. Si no caen los Óscars, es que el mundo está ciego.
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