La maravillosa sensación de vértigo sobre un escenario, solo la comprende quien ama al teatro más que a sí mismo.
Disfrutar del momento es mi tarea.
En mi primer teatro importante, me senté sobre la tarima y respiré, sintiendo la madera en mis manos, impregnándome del aroma de las bambalinas, y observando las butacas vacías, que los focos cegarían más tarde.
Desde ese momento se convirtió en costumbre, en ritual. Aunque cada teatro ha tenido su historia.
Pero hasta el momento, la más especial, la del principal teatro de mi ciudad. 12 años antes había estado allí, haciendo una prueba que no superé, y creí realmente que sería la última vez que lo pisaría si no fuera como público. Felizmente me equivoqué. La niña volvía a mí con su entusiasmo por hacer cosas, pisar con fuerza y dejar huella.
La última deja una ronda de aplausos, autorrealización por un reto personal, y autocrítica combinada con orgullo: me gusta ser actriz, aunque a veces me cueste admitir que es lo que soy.
Y digo que me cuesta, porque a la espalda caen pesos absurdos, y otros que no lo son tanto; y me tomo con calma ser feliz.
Creo que no he valorado mi trayectoria hasta el momento, ni me he mimado como me merecía… Y ya va siendo el momento.
Pero basta despertar como éste verano, en el que unos ojos de gato me dijeron: "¿Por qué no lo dejas todo por esto? Yo te animo… Te ha devuelto el entusiasmo. Te ha cambiado."
"No me ha cambiado. Me ha devuelto a lo que soy".
En una amplia sonrisa llena de futuro.
Llena de ganas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario